Casi me da pena intitular así estas líneas, si lo he hecho es porque este es el nombre que le han dado a la más reciente exposición homenaje a Don Manuel Álvarez Bravo en el parisino museo del Jeu de Paume, inaugurado con una amplia retrospectiva de 152 fotografías, el pasado 16 de este octubre. En realidad había estado buscando una excusa no tanto para hablar de esta muestra —que no conozco—, sino del trabajo, la obra de Álvarez Bravo y que mejor que en el contexto de uno más de los muchos y más que merecidos homenajes que se le han rendido, le rinden y con toda seguridad le seguirán rindiendo.
Me parece malo el
título porque me genera la imagen de Dn. Manuel como si de un cazador furtivo
se tratara, como si en verdad hubiera estado cámara en mano esperando que algo
sucediera para accionar su obturador. Lo que sucede es que el titulo resulta
muy francés y lo pone en deuda con Henri Cartier-Bresson con quien compartió
las salas de nuestro palacio de las Bellas Artes allá por 1932, o las paredes
de la Julian Levy Gallery de Manhattan, en trío con Walker Evans, tan sólo tres
años después. Creo que si hay una antítesis del mal habido momento decisivo de
su colega francés, es precisamente su trabajo. Si aquel recorta y preserva lo accidental,
lo fugaz y momentáneo, Álvarez Bravo hace lo contrario, sus imágenes nos
trasmiten lo eterno, lo permanente, lo que sigue y seguirá ahí mucho tiempo,
aún después que se haya ido la propia fotografía.
Si deseaba hablar
de la obra de Dn. Manuel, no ha sido tanto
para mencionar las imágenes que todos conocemos y celebramos, hemos visto una y
otra vez a Los agachados, La hija del danzante, al Sr. de Papantla, el Retrato de lo eterno, a La
buena fama durmiendo, sus Venus y
retratos de Frida, Diego, Eisenstein, Tamayo,
Breton, sus autorretratos, y tantas otras,
que han sido comentadas y analizadas por especialistas de todas partes, han
servido e inspirado a poetas, novelistas, músicos y otros tantos, muchos,
fotógrafos. Me gustaría, por tanto, no hablar de eso, sino tratar de contestar
qué es lo que hace que el trabajo de este hombre sea tan importante y/o
trascendente, que hay en él que le permitió en vida y le sigue permitiendo
convertirse en paradigma de la fotografía moderna y contemporánea.
Líneas atrás ya
mencionaba algo respecto a los motivos que aborda y que tienen esa extraña
cualidad de reflejar, de mostrar, lo eterno, no importa que se trate de los Salineros o del Can de mar —dónde aparecen acciones que se están dando en el tiempo—,
estamos seguros de que ahí permanecen, el perro sigue buscando su diaria ración
recorriendo la playa, y que la sal seguirá saliendo del cernido que hagan de
ella estos u otros idénticos trabajadores. Pero si ver en lo cotidiano y
eventual una muestra de lo permanente, del presente infinito, es importante,
creo que en la obra de Álvarez Bravo hay algo más, algo que, precisamente, las
convierte sí en todo lo dicho, pero además, y eso es lo que nos ha traído hasta
aquí, en fotografías modélicas.
Veo en estos
trabajos, como en muy pocos otros, el exacto balance, la correspondencia
necesaria y justa, entre aspectos formales y de contenido, el qué se dice y
cómo se dice en un maridaje casi perfecto, de ahí la claridad, la contundencia,
lo rotundo de sus imágenes. Pero esta manera de proceder que incluso deriva en
los estilos, en Álvarez Bravo no se detiene ahí, pues lejos estamos de poder
hablar de la existencia de un estilo, de su estilo, y, sin embargo, sí que lo
tiene, sólo que hay que rastrearlo en cada fotografía; en cada imagen que
seleccionó e imprimió, volvió a inventar un estilo, su estilo, el de esa imagen
y el de ella en el conjunto, y el del conjunto en una trayectoria tan basta y rica como la que él tuvo.
Para salvar la
pena que me provoca el título sostenido para estas líneas, permítanme concluir
diciendo que es posible pensar en Dn. Manuel Álvarez Bravo como un fotógrafo al
acecho del estilo.
Publicado originalmente por Milenio Diario.
(Imagen: El peluquero, 1924. www.manuelalvarezbravo.org)
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
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