Hay un párrafo en el texto de sala con que abre la exposición Rodolfo Ríos, maestro del color, en la Pinacoteca de Nuevo León, en el que se lee que al honrar se honra —cito de memoria— y que una ciudad que honra a sus artistas es una ciudad que valora la cultura, etc. De aquí que todos estemos de plácemes por este más que merecido homenaje al maestro Ríos.
Las líneas que siguen, que se suman a lo que ya he dicho sobre el pintor en otras ocasiones, no son más que un par de anotaciones con las que se podría empezar a elaborar la relectura de un quehacer que se extiende por más de 5 décadas. Antes de iniciar, sobrayo lo que ya se apunta en el mencionado texto de sala. La feliz coincidencia ¬—y quiero pensar que así lo fue para Ríos— de que este homenaje se lleve a cabo en las mismas instalaciones en donde, en 1948, fue por primera vez intrigado, seducido, por la pintura, al grado de convertirse en uno de los alumnos de Carmen Cortés, es decir, uno de aquellos jóvenes que dieron vida y continuidad al mítico Taller de Artes Plásticas de la Universidad de Nuevo León.
Algo que no deja de inquietarme desde que visité la exposición, es la insistencia en ver en la obra de Ríos referencias o influencias: que si expresionismo, que si muralismo, que si fauvismo. Insistencia lo mismo en los textos que se han escrito sobre el maestro (entre los que me incluyo), como, incluso, en su misma obra, pues hay algo en ella que constantemente nos está llamado a hermanarla con las escuelas o tendencias que he mencionado. No obstante, ahora ya no estoy muy seguro de que este aspecto tenga tanto peso en su quehacer o en su correcta apreciación y valoración.
Ni expresionista alemán, ni admirador de Siqueiros, ni siquiera semejante a Mardonio Magaña o Abraham Ángel. Rodolfo Ríos no se parece a nadie, y su trabajo está, más bien, para ser estudiado desde la otra orilla, para ver en dónde es que ha influenciado. La pintura de Ríos es la del hombre del noreste, vecino de esta ciudad, asombrado por la modernidad de la Industria, de la ciudad y su crecimiento; representa el tránsito entre dos oficios, uno del pasado, la carpintería, el otro de la Modernidad, la pintura. De la tensión que se genera entre estos polos, ciudad-campo, carpintería-pintura, pasado-presente, industria-artesanado, surge su obra que se nutre no del expresionismo ni de las clases post-impresionistas de la Cortés, sino del ambiente que esta sociedad fue creando, ¿cómo explicar entonces, si tan atento estuviera a los movimientos internacionales, obras como su Al fin carpintero de 1969, o su casto Desnudo de 1988?
Un segundo aspecto que hay que abordar con cuidado porque en buena parte es responsable de las observaciones anteriores, es la técnica con que Ríos pinta, o mejor dicho, la forma en que lleva hasta la superficie o emplasta en ella el pigmento. El empleo de grandes y gruesas pinceladas denuncian el movimiento del trazo (lo cual es casi inevitable), la suma de una y otra y otra de estas pinceladas en distintas áreas de la tela, da por resultado, crea la apariencia de movimiento, pero como este no es intencional, parece ser extático, arrebatado y hasta desconsiderado.
A cada una de estas generosas y amplias pinceladas, se le superpone una de otro color o tonalidad para posteriormente levantarla o rasparla con espátula, de tal suerte que se crea una especie de combinación cromática no mezclada, como sería de esperar, sino matérica, formada por el color sobre el color, sobre el color, sobre la superficie. Esta particular forma de trabajar (que no creo haber visto en otra parte) aplicada mediante el gesto y las pinceladas que ya se mencionaron, es la responsable del aspecto “terroso”, “pétreo” que posee la pintura de Ríos.
Repito una vez más que aplaudo el que a un maestro como lo ha sido Rodolfo Ríos se le rinda homenaje en este momento, pero creo que de poco le servirá ya, más importante puede ser y con ello de verdad preservar su nombre y obra para las futuras generaciones, la edición de una amplia monografía, que también de cuenta de su trabajo en la acuarela y originales sobre papel, así como de su escultura, con ello nos aseguraríamos, entonces sí, de tener Ríos por siempre.
(Publicado originalmente por Milenio Diario)
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