Creo que a pesar de todos los adelantos que tenemos gracias a la aplicación de los recursos electrónicos a las actividades más diversas, hay ciertas prácticas que nunca desaparecerán, el pintar es, no me cabe duda, una de ellas. Expresarnos por medio de formas y colores, o al menos intentar hacerlo, me parece tan humano como el caminar erguidos.
Como práctica cultural que es, la pintura está sujeta a lo que su cultura espera de ella. Para una buena parte del mundo occidental la pintura debe ser un sucedáneo de la mirada, o en otras palabras, mirar una pintura no debiera ser una experiencia diferente a mirar la escena real; de esta expectativa se derivan escuelas, tendencias, estilos, procedimientos, etc.
En la historia de esta creencia, hubo un momento en que se le atribuyo el máximo valor apreciativo a aquellas pinturas que lograban engañar de tal manera al ojo que lo que se veía en ellas se podría tomar por el objeto, la persona, el lugar, real. Este momento es en el que se considera a tales pinturas como Arte. Lo que hay que entender bien es que sólo esas pinturas, aquellas en que este logro está presente son las que merecen, en ese y sólo en ese momento, tal denominación. No obstante, como expectativa este logro depende de su tiempo,lo que quiere decir que es mudable, cambia con la historia. Ahora bien, conforme se fue fortaleciendo la práctica de la pintura, la presencia de este logro dejó de ser suficiente y se le agregaron otras expectativas a fin que pudiera seguirse denominando Arte. La presencia o ausencia de estas otras expectativas en una pintura es lo que hace, hoy día, la diferencia entre unas y otras, o mejor dicho entre una pintura y la que es Arte.
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