A veces me pregunto si con la misma facilidad que calificamos a algo como "arte", "artístico", o incluso "estético", lo hacemos con otros temas, por ejemplo con el de la salud. Claro que hoy en día hay muchos obsesionados con el tema de la salud y no paran de dar recetas y remedios para evitar la enfermedad y llevar una vida sana, pero fuera de esta manía no los veo calificando u opinando sobre una intervención quirúrgica, el vendaje de un brazo, o la extracción de una muela. Quiero decir, mientras que hay áreas en las que reconocemos que para hablar de ellas se requiere mínimo de quien las haya estudiado medianamente, hay otras, como el Arte en la que todos nos sentimos capacitados para meter mano y santificar y descalificar a diestra y siniestra como si la reflexión de los especialistas no existiera o nos valiera un cacahuate. Lejos de sorprendernos esta situación, la debemos ver más bien con un reflejo de la importancia y lugar central que guarda en nuestra cultura occidental un tema como el de los objetos artísticos, tanto tiene que ver con cada uno de nosotros que por eso lo tratamos con tanta familiaridad, como algo nuestro que nos pertenece. Juntemos estos dos factores: la necesidad de expresión simbólica que todos tenemos, más este lugar privilegiado que ocupa la práctica de la pintura, la escultura, el dibujo o la poesía, y entenderemos porqué a la menor provocación calificamos cualquier acto como "artístico".
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