Del impresionante portafolio que llegó a formar la fotógrafa norteamericana Vivian Maier, los autorretratos ocupan una buena parte de él y son de las piezas que más interés despiertan. Me parece que en ella hubo una especie de necesidad por generar autoimágenes en las que apareciera cámara en mano; es decir, con estas imágenes, muy posiblemente, ella, dados los avatares de su vida, disminuía su ansiedad y justificaba lo que fue más que una afición, la fotografía y su práctica. A través de estas imágenes, de verse a sí misma como fotógrafo, Maier podía entender mejor esta inclinación que la llevaba no sólo a invertir buena parte de su salario en la compra de película y cámaras, sino a ocupar su escaso tiempo libre en fotografiar la ciudad y sus habitantes, de andarse metiendo en sitios que supuestamente una señorita de su condición jamás debería visitar (estamos hablando de los años postreros de la década de los 50). Así pues la fotografía y en este caso el género autorretrato, funciona, ya lo hemos dicho, como un medio a través del cual no sólo se puede lograr una pieza "de arte" sino más valioso aún, un objeto que te permita exorcisar tus propios demonios.
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