De los tres o cuatro autorretatos que conocemos de Nadar, este que fue posiblemente autotomado entre 1854 y 1855, es el que me parece más complejo y el más dificil de creer. No se necesita ser un experto en la vida y obra de este extraordinario personaje para darse cuenta de que en el extraño nerviosismo y timidez que encierra la imagen en una primera lectura, hay más de lo que, incluso, el propio Nadar quisiera dar a conocer a través de su imagen. Me imagino que algo así es lo que quieren decir cuando se refieren a los retratos del francés como el inicio -o continuación según sea el caso- del retrato psicológico, es decir aquel que no sólo permite el reconocimiento de la persona sino que también, por medio de la misma imagen, se tiene acceso a parte del carácter, de la conducta, de los pensamientos del retratado. Para mí, en esta autoimagen Nadar certifica su seguridad y confianza en el nuevo medio que apensas empieza a abrirse paso entre un público que no es el masivo, sino que espera de las imágenes algo más, de ahí que tampoco quiera parecer demasiado asertivo sino más bien sólo dubitativo.
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