Recientemente tuve un par de experiencias que me empujan a escribir estas líneas; una de ellas tuvo que ver con la pintura, la otra con la mal llamada fotografía digital. No es nada nuevo, pero debería insistirse una vez más en que no debemos hablar de la Pintura, sino más bien de las pinturas, pues no existe el modelo perfecto al que se ajusten todas las piezas que se hayan obtenido o se obtengan por este medio. Puesto que existe una gran diversidad en esta práctica, la de la pintura, deberíamos ser capaces de diferenciar unas de las otras, entre las cuales se encuentran las que llegan a ser “arte”. Pintar, ya lo decía a fines del siglo XIX Maurice Denis, no es más que llevar pigmento a una superficie y distribuirlo ahí siguiendo un esquela previamente concebido. Esto lo hacemos todos, unos, por supuesto, mejor que otros. Que eso que pinto reúne características tales como simetría, equilibrio, profundidad, armonía en el color, etc. sirve para diferenciarlo de muchos otros, por ejemplo de lo que hacen los niños, pero no es suficiente para llegar a ser “arte”. Si al practicar la pintura nuestro deseo es lograr la simple reproducción de la realidad hay medios mejores para lograrlo más fácil y rápidamente; si lo que buscamos es una pintura “no objetiva” igualmente hay medios que nos permitirán obtener los efectos más extraños y bizarros que podamos imaginar. Si al pintar lo que realmente queremos hacer es una “obra de arte” entonces habrá que allegarse de muchos más recursos que el sólo pintar. En pocas palabras, una pintura por más naturalista, abstracta, surrealista, que sea, no se convierte en automático en “arte”.
Respecto a la generación de imágenes digitales, creo que habría que distinguir entre aquellas que obtengo como vehículo, como ilustración de un tema, y aquellas otras a través de las cuales me interesa comunicar, busco proponer, dar a conocer mi punto de vista, mi concepción de este o aquel asunto. Las primeras me permiten rápida e inmediatamente tener una imagen más o menos reconocible del tema que estoy tratando. Si digo, por ejemplo, que voy por el campo y genero una imagen de vacas en un pastizal es más que suficiente para dar a conocer el tema que estoy tratando. Pero si lo que me interesa es lo que sucede cuando voy a campo, cómo nos afecta su deterioro, qué me provoca, cómo lo veo, entonces es probable que necesite más tiempo para generar o hallar la(s) imagen(es) que case(n) con esas ideas. Estamos hablando, entonces, de dos diferentes tipos de imagen fotográfica.
¿Por qué es necesario tener presentes estas diferencias? Primero, creo, para evitar que la gente se frustre, no porque tu teléfono te permite capturar imágenes, te convierte en fotógrafo, como no por pintar, por más bien que lo hagas, transforma tu trabajo en “arte”. Insistir una y otra vez en esto haría, incluso, que las personas que practican con estos medios lo hicieran sin prejuicios, más libres y frescos.
Por otra parte, establecer estas u otras diferencias, sirve para poder valuar a cada cual según su lugar, no puedes juzgar de la misma manera la pintura que vez en el museo, que la que acaba de terminar la alumna de un taller de fin de semana; como no puedes decir que sea el mismo tipo de imagen la que se toma en ese momento para las redes sociales, que la que meditas para poder expresar algo más que la sola imagen.
Saber diferenciar pues, no implica, en ningún caso la creación de una escala de valor, en dónde una pintura o imagen digital, es mejor que las otras simple y sencillamente porque se diferencia de las demás o por pertenecer a otro tipo de uso.
El valor de una pintura o una fotografía es algo tan elusivo, tan cambiante, tan poco objetivo, que pertenece a otro campo por entero distinto al de la práctica en sí misma o al del “arte”, pertenece al del comercio y eso, eso sí es otro tema.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
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