Ya sea que provenga de la tradición pictórica o de la más reciente, de la fotográfica, la imagen del niño(a) cuando no es complaciente o intenta la imposibilidad del retrato, funciona como alegoría de muchas otras situaciones, estados de ánimo, personas, grupos, actitudes, denuncias, y un largo etcétera quizás comparable únicamente con el paisaje o las bestias. Este es el caso de las inquietantes series de Nicola Vinci (1975- ), como Venerdi santo, del 2011 que aquí vemos. No se trata sólo del misterio que encierra toda la escena, sino de la imagen misma del niño que mira fijamente a quien lo fotografía, no con curiosidad, no como juego, no con una sonrisa, lo que esperaríamos de un niño, ni siquiera como reclamo, más bien es una confrontación y en ese preciso momento, cuando caemos en cuenta de que este niño, este en particular, este que aquí miramos, nos está retando, confrontando, es cuando los demás elementos cobran sentido y la imagen total se vuelve una alegoría que ya nada tiene que ver con el niño que creíamos ver.
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