Ahora sí todos queremos subirnos al carrito del triunfo futbolero y decir que de siempre apoyamos y creímos en esta selección.
Desde hace años soy aficionado al fútbol, como a cualquier otro deporte. Me gusta porque me permite dejar de pensar en mis quehaceres diarios y ubicarme en un mundo sobre el cual puedo platicar lo mismo con el taxista, que con las chicas que nos auxilian como secretarias, con mis alumnos, con mis supuestos amigos y hasta con quienes no lo son, con mis jefes, prácticamente con cualquiera que viva en este país sin importar edad, clase social, sexo, si es del norte o de la costa, si es chilango o de Hermosillo. A falta de otros temas, el fútbol y la selección nos acercan a todos por igual.
Sin embargo no todo debiera ser campanas al vuelo. Hay que reconocer, como bien lo decía un cartón, que cuando no hay nada, uno parece demasiado, ¿una medalla de oro para un país de más de 100 millones de habitantes?, ¿hasta ahora una sola medalla de oro en el deporte más practicado, más difundido, con mejor infraestructura y administración, con inversión millonaria permanente, con más de un siglo de historia?
Puaf!... parece que no es tanto y si a eso le sumamos que la selección o las selecciones de fútbol no dependen directamente ni del Comité Olímpico de México, ni de la CONADE, sino de una asociación privada, entonces lo que más bien parece es que apenas si alcanza para pagar una deuda de hace ya muchos años, pues han sido los aficionados, todos nosotros, los que de una u otra manera han estado invirtiendo en este deporte sin ver resultados claros hasta este sábado, y eso que hemos sido sede olímpica y anfitriones de mundiales de la especialidad.
Decía un amigo mala onda: ¿a poco por ganar esta medalla, subirá el PIB, terminará la violencia, meterán a la cárcel a los políticos corruptos, regresará la inversión extranjera, disminuirá la inflación, etc., etc.? Pues no, la verdad es que nada de eso sucederá y para cuando se estén leyendo estas líneas prácticamente ya se habrá olvidado todo por más que los medios insistan en revivirlo en cuanta oportunidad tengan. Y es que el valor de este hecho no puede medirse de esa manera, ni repercute en esos ámbitos. Tenemos que reflexionar mucho más sobre el triunfo del Tri, para entender o aquilatar lo que puede significar para un país como el nuestro en este momento en particular.
Desgraciadamente los intelectuales no son muy afectos al deporte y al fútbol en particular; salvo el muy honroso caso de Juan Villoro y algunos otros que desconozca, no hay mayor contacto entre estos dos mundos que, por contradictorio que parezca, tienen mucho en común, o si se prefiere, tendrían mucho que compartir y aprender uno del otro.
La práctica artística contemporánea tampoco se muestra inclinada a hacer del tema olímpico un motivo a tratar. Curioso si tomamos en cuenta la cantidad de obras del periodo clásico que han llegado a nosotros con temas olímpicos, cito por no dejarlo pasar al Discóbolo de Mirón (siglo V a.C.). Quizás no haya prestado la debida atención, pero no recuerdo haber visto notas sobre la olimpiada cultural que generalmente acompaña al evento deportivo. Un momento que suele aprovecharse para comisionar obra pública, por ejemplo la llamada Ruta de la Amistad en la ciudad de México con motivo de los juegos de 1968, un conjunto de esculturas monumentales que, contradictoriamente, no tenían, ni tienen nada que ver con los juegos. En otro contexto, el del campeonato mundial de fútbol del ‘86, pienso en la serie de fotografías realizadas por Annie Leibovitz, convertidas en afiches promocionales, una experiencia desafortunada que pone en la discusión los límites en la realización de obras por encargo.
Ganar el oro olímpico en el deporta más querido y practicado de este país, haber derrotado en la final al Brasil, no es, desde luego, cualquier cosa, pero tampoco es cierto que vivamos en el planeta fútbol... aunque todos deseáramos que así fuera.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
(Imagen: www.taringa.net)
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