Jasper Johns. Diana con modelos de yeso. 1955
Al mediar el siglo XX era común encontrase con
clasificaciones que distinguían entre Alta y Baja Cultura, en una se
encontraban las Bellas Artes en tanto que a la otra pertenecía el Arte Popular.
En la práctica esta distinción es inexistente pues desde siempre ha existido
una íntima relación entre ambas manifestaciones.
Poco después
de la Segunda Guerra Mundial, desde la academia se advirtió no sólo de la
presencia —que ya había sido advertida desde antes— sino del carácter dominante
que empezaba a adquirir un tercer campo, el de la Cultura Masiva o Cultura de
Masas que debía su existencia e influencia al uso de los recursos que le
ofrecía la comunicación masiva (radio, cine, fotografía, televisión); la
difusión de objetos, prácticas, conductas, etc., a través de estos medios fue
lo que aseguró que este tercer campo se fuera adueñando de la producción
cultural.
La influencia,
no del Arte Popular, sino de la Cultura Masiva hoy día es más que evidente;
formas y motivos provenientes de los medios de comunicación se asumen como
parte del sistema de las representaciones simbólicas de la Alta Cultura, no
sólo por razones cuantitativas (lo cual
interesa a los mercados), sino porque muchas de ellas se asocian a “lo joven”
(son las nuevas mayorías) y lo joven a la novedad, lo transitorio, lo informal, lo irracional.
A pesar que la historia, la teoría y la crítica
de arte, han dejado de emplear clasificaciones como la descrita, la mayoría de
los involucrados en este campo (museos, galerías, coleccionistas, conocedores,
etc.) siguen manteniendo un pequeño coto reservado a las Bellas Artes, más como
reducto para la especulación estético-financiera, que por creer en una
determinada práctica. Así pues, se puede afirmar que el mismo sistema
dominante, el de los medios de comunicación masiva, mantiene con vida, por así
convenir a sus intereses, a esa parcela que insisten en llamar Bellas Artes.
Los motivos para hacerlo son simples, es una manera de hacer llegar a otros
mercados, a otros consumidores, lo que ya se ha implantado en la Cultura
Masiva.
Por ejemplo,
cuando vemos expuesta una fotografía en la que se ha cortado la cabeza del
personaje principal o se encuentra fuera de foco (que pueden ser interesantes y
atractivas bajo otras circunstancias), no es que se trate tanto de una
tendencia conceptual o estética, como de hacer pasar el uso “popular”,
mediático (internet), de este proceder, al campo de las “bellas artes”, como
muestra del desenfado, de lo poco que importa lo formal y técnico a los nuevos
productores, a los jóvenes (que son la mayoría de los usuarios de estos
medios), que si se muestran así es porque están en constante cambio, sin tiempo
para la reflexión, tal y como lo es el mundo que los rodea (y que se constata a
través de los medios de comunicación masiva, aka, redes sociales).
Tomadas de una en una, estas características no pasan de ser,
en el mejor de los casos, casualidades que si se repiten (como de hecho sucede)
pierden su frescura y novedad, pero ya en conjunto se van convirtiendo en
estética, es decir en una manera de ver, entender, apreciar, juzgar, ciertas
formas y sus usos, al igual que la interpretación a determinados motivos. El
problema, como lo veo, es que una estética así no puede fundarse sobre lo transitorio,
el cambio permanente o lo irracional, precisamente, porque no dura, no da
tiempo para probar sus bondades y conocer sus límites.
Creo que no podemos hacer del
mundo una copia, un reflejo de lo que sucede en los medios, éstos son los que
deben reflejar al mundo y el mundo es más basto, complejo y atractivo que una
mala fotografía tomada una noche de borrachera y puesta en el Face Book.
El PopArt nos llevó al mundo de los objetos
de consumo masivo, de uso popular, hoy día sucede al revés, el uso común de los
medios de comunicación de Masas parece querer llevarnos a un mundo de objetos
simbólicos inexistente.
Publicado originalmente por Milenio Diario.
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
(Imagen: http://pintura.aut.org)
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