El pasado día 17, la casa de subastas Sotheby’s, en Nueva
York vendió una fotografía de Gabriel Orozco al precio récord de $278,500.00
dólares. Se trata de un díptico de 47.6 x 34.3 cms., intitulado Mis manos son mi corazón, fechado en
1991, y forma parte de una serie mayor con el mismo tema. Según sus galeros en
México, ningún otro fotógrafo vivo en nuestro país había alcanzado tal cifra
por su trabajo, aunque también habría que aclarar que a pesar de la cuantiosa
cantidad pagada, aún se encuentra muy lejos de los precios verdaderamente
récord, recordemos los 2.9 millones pagados por el Estanque. Luz de Luna, 1904, de Steichen, o los mucho más abultados
4.3 millones de dólares que alcanzó en el 2011 la fotografía Rhein II de Andreas Gursky.
Independientemente
de cuáles podrían ser las causas de que en esta ocasión se pagara esta cifra
por la obra de Orozco, en donde influye desde quién era el anterior propietario
hasta el que se trate de una subasta
pública, la nota nos ofrece un buen ejemplo de lo que es la fotografía
contemporánea y lo que se aprecia en
ella en este momento.
En uno de esos quiebres que tuvo la producción
simbólica a lo largo del siglo XX, cuando las artes plásticas estaban a punto
de desmaterializarse y desaparecer para siempre, la fotografía no sólo logró
salvarlas al documentar su existencia y testimoniar sus nuevas prácticas, sino
que también, por ahí mismo, se coló al mundo del arte. Lo que en 140 años de
existencia no había conseguido, su asociación con Perfomances, Happenings, Land Art,
y todo género de conceptualismos, lo hizo posible en menos de una década. Pero
como todo triunfo implica una perdida, en este caso se quitó la fotografía de
manos de los fotógrafos, a partir de entonces productores de origen diverso se
ocuparían de hacer las fotos, pues la fotografía se convertiría en otro medio de expresión (no es que no lo fuera,
sino que hasta ahora se le reconocía).
Este es el
caso de Gabriel Orozco, quien no es fotógrafo sino un productor que se vale del
medio para crear obras que se materializan en fotografía, lo mismo que sucede
en pintura o cualquiera de los múltiples medios que emplea para crear sus
obras. Lo que vemos en sus fotografías son realidades que sólo existen ahí y
sólo las conocemos, las vemos, las apreciamos, por medio de ellas.
Aunque hay
mucho más que decir de la fotografía de Orozco, me interesa mejor hacer otros
señalamientos. Sus fotografías, como el resto de su obra, parten de una serie
de reflexiones, cuestionamientos y prácticas que lo han llevado hasta la
producción de lo que hoy día le conocemos; el que sea reconocido y apreciado
por ello, que alcance los precios que hemos mencionado, de ninguna manera
significa que sus imágenes se tomen como ejemplo o que se crea que deben ser
imágenes semejantes a las que él ha empleado las que representen la producción
contemporánea.
El problema
aquí, como con otras obras de arte contemporáneo, es creer que por fotografiar
una pelota de fútbol desinflada y llena de agua de lluvia, una mesa
desvencijada en la playa o latas de alimento para gato sobre sandias, estás
haciendo fotografía muy nueva, muy contemporánea. La pura apariencia de la
imagen y el facilismo que implica la producción de aquello que se fotografiará, nos induce a esta clase de errores, cuando en
realidad lo que importa son las ideas que hay atrás de esas imágenes. El caso
de Gabriel Orozco es único e irrepetible, eso es lo primero que deben aprender
quienes pretenden ser fotógrafos o productores hoy día, después a darse cuenta
que sin idea no hay imagen que valga por más contemporánea que nos parezca, por más que copie lo que se subasta en otros
lugares.
No hace mucho le preguntaban a un nobel productor por qué
había escogido el video sobre otros medios, a lo que contestó porque era más
fácil que escribir, así de contemporáneos son nuestros productores.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
(Imagen: http://vamos-a-criticarte.blogspot.com)
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