De poco sirve seguir imaginando amenazas apocalípticas, cuando nosotros mismos hemos hecho todo lo necesario para acabar con nuestro planeta. La contaminación de aire, agua y tierra, más el avance de la desertificación, el calentamiento global, las fugas de energía atómica, la tala inmoderada de bosques, y el crecimiento sin límite de la población, son amenazas reales, inmediatas, sobre las que nos deberíamos poner a trabajar en lugar de seguir esperando que ovnis, zombies, fantasmas, robots o la rebelión en la granja pongan fin a nuestra especie.
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