Este es, posiblemente, uno de los retratos más conocidos y celebrados que se hayan hecho, el Igor Stravinsky (1946) de Arnold Newman. No fue esta la primer vez que Newman incluía un objeto en sus retratos conviertiédolo en protagonistas tan importantes como el propio retratado, lo hemos visto en el caso de Picasso, Aaron Copland o Jean Arp, por mencionar algunos. Pero no es esta característica la que queremos destacar hoy, y que por sí misma bastaría para ejemplificar lo que distingue un gran retrato de simplemente el registro de una fisonomía. Más bien nos anima el hecho de cómo es que una sola imagen y las asociaciones que despierta y que dependen de cada observador, es capaz de sucitar una y mil platicas a su alrededor; así podríamos hablar de Stravinsky, de la música de piano, del papel de este instrumento en la composición, de la fotografía en general, de Newman, de los retratos, etc., y así podríamos hablar y hablar y hablar...
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