miércoles, 1 de diciembre de 2010

En 100 años 28 (Continuamos)

(El día de ayer concluyó el mes de noviembre. Había advertido que a lo largo de sus 30 días estaría haciendo entregas respecto al Centenario de la Revolución mexicana. Fueron 27 las que aparecieron puntualmente en este espacio, desgraciadamente el mes cerró con un texto sin relación a este propósito, por lo que he decidido terminar las 30 entregas del mes aún y cuando las tres últimas se vuelquen sobre diciembre. Espero se comprenda la razón de esta decisión y si a alguien no le parece o le llegara a molestar, pido una disculpa).

 

Ojalá todos los extranjeros que llegan a nuestro país fueran como Mariana Yampolsky (1925-2002) y ojalá muchos productores mexicanos fueran como la Yampolsky, tan enamorada, tan profundamente comprometida, tan entendida, de nuestro país que si no lo supiéramos difícil sería adivinar que se trató de alguien que no tuvo hincadas en esta tierra sus raíces originales. Atraída por la fama y en ese entonces buen nombre del muralismo mexicano, Yampolsky llegó a México desde el lejano norte y decidió quedarse a trabajar como lo hacían los primeros miembros del Taller de la Gráfica Popular. Por fortuna la fotografía pudo más que pinceles y gubias, óleos y tintas y se entregó a la realización de una obra extraordinaria, auténticamente mexicana. Ya no se trata del México de los muralistas ni de los de la Escuela Mexicana, sino del México que quedó, el que perdura, el profundo, el que a pesar de los pesares sigue sosteniendo a sus hijos, sigue estando ahí, viviendo y muriendo día a dia. Hemos hablado de la formación del imaginario mexicano y de quienes han contribuido a su crecimiento, de las características que va adquiriendo, de los símbolos que incorpora y de los que lanza contra la realidad. Esta imagen que aquí vemos, es una de las muchas que pueblan ese imaginario y al verla vuelve a sonar la voz chillona de Octavio Paz leyendo el Laberinto de la Soledad, o la de Roger Bartra en su Jaula de la melancolía, o la de tantas y tantos otros que han sabido, a través de la palabra, de la imagen, recoger un pedazo del alma de México. En 100 años han llegado muchos extranjeros al país, ojalá todos hubieran sido como la Yampolsky que nos enseñó a ver otro México.

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