Falta menos de un mes para que de inicio el camino que nos llevará al tercer centenario de la Independencia de México y el segundo de la Revolución. Sobre los festejos, conmemoraciones, actividades, obras materiales y demás que se ejecutaron con el mismo motivo pero con 100 años menos, es decir por el Bicentenario y el Centenario, ya se dijo todo o casi todo por lo que no creo que valga la pena volver a tocar el tema, como reza el dicho, “a palo dado, ni Dios lo quita”, así que tratemos de capitalizar esta experiencia de otra manera o con otros fines. El país cerrará este 2010 con los problemas seculares de siempre, algunos de ellos más serios que otros por la razones que todos conocemos, por lo que el tricentenario no sólo se ve lejano sino también muy complicado llegar a él por lo menos en las mismas condiciones en que nos encontramos frente al Bicentenario. Así pues, al llegar al fin de estas entregas hay algo que, no obstante, me parece vale la pena resaltar: en estos 100 años el país ha demostrado su grandeza; a pesar de nosotros mismos, sigue estando ahí brindándose como siempre, como el cuerno de la abundancia que se vuelca sobre nosotros mismos si es que sabemos cómo aprovecharlo. Esta imagen de Roberto Ortiz Giacomán (1953) nos pone en claro qué tan lejos y qué tan ancho puede ser no sólo el horizonte de nuestro paisaje sino el que nos fijemos como ciudadanos, como habitantes de este país, y la verdad es que puede estar hasta allá y más allá aún pues son más los buenos mexicanos que en verdad quieren ver a las siguientes generaciones como orgullosos herederos de este Bicentenario.
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