Alexei Titarenko. San Petesburgo. 1996
Una de las ramas por las cuales nos llegan los festejos de la Navidad proviene del norte de Europa, de ahí que la nieve -y más en esta temporada- sea un elemento que siempre esté presente en la mayor parte de su imaginario. Lo curioso es que en países topicales o semitropicales, se mantegan prácticamente las mismas imágenes; así, no es difícil encontrar renos, o cabañas de troncos con el hogar encendido en medio de un paraje selvático o peor aún, en uno semidesértico. La nieve, por más que nos resulte atractiva, es, para quienes sí saben lo que es tenerla en forma de tormenta, una verdadera desgracia que año con año cobra un buen número de víctimas. Las ciudades rusas son famosas por las bajas temperaturas que alcanzan y sus nevadas, imágenes como la que presentamos aquí de Titarenko, es un ejemplo de lo dicho, pero también de nuestra difusa relación con la nieve, en su falta de corporeidad está la seducción que ejercen sobre nosotros, y al hacerlo desearíamos tener una blanca Navidad.
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