Samuel Aranda. Sin título. 2011
Tranquilos, no estoy tratando de hacer pasar este título por propio, lo tomo prestado de un libro de Susan Sontag publicado por Alfaguara en el 2004; y si me sirvo de él es porque me referiré a la fotografía que la World Press Photo destacó como la mejor de este año, y el ensayo de Sontag trata, precisamente, de las fotografías de guerra y otras atrocidades que sólo los humanos somos capaces de realizar.
Hace un par de semanas se dio a conocer este premio que, como todos, no deja de ser polémico por el tipo de imágenes que reconoce (el año pasado estuvo entre los premios una fotografía del mexicano Pedro Pardo sobre las víctimas de la guerra en contra del narcotráfico). En esta ocasión ha sido el español Samuel Aranda el galardonado por una imagen que tomó en octubre del 2011 durante unos enfrentamientos en la ciudad de Sanaa en el Yemen. En ella muestra a una mujer completamente cubierta con ropas negras, sosteniendo con guantes quirúrgicos a un herido semidesnudo que desfallece entre sus brazos, al parecer un familiar de la propia mujer.
Hablemos, primero, del valor o importancia de esta clase de fotografías, para después hacerlo sobre esta imagen en particular. Creo, como dice Susan Sontag, que nuestra sociedad que ha perdido la distinción entre lo público y lo privado, y ha hecho que todo se convierta en espectáculo, ha ido minando el valor informativo que pudieran tener fotografías como a la que nos referimos o muchas otras que se publican a diario. Pero no sólo ha diluido su poder, sino que a nosotros nos ha hecho insensibles ante el dolor de los demás. La exposición frecuente, incondicional y sin carga noticiosa, de estas imágenes ha provocado no sólo que dejen de llamarnos la atención sino que para seguir portando sentido en la lógica informativa, deban volverse más crudas y al hacerlo refuerzan el círculo vicioso en el que se ha caído.
Nuestra frialdad ante este tipo de imágenes, quizás sea la que mueve a los fotógrafos a buscar cierto tipo de motivos que logren conmover hasta al más insensible de los espectadores. En el caso de Aranda, quien ha declarado que su interés radica en informar no en ganar premios, la fotografía con que se reconoce su labor inevitablemente nos remita a la Pietá de Miguel Angel o cualquier otro descendimiento de la cruz; estamos pues, ante una nueva versión de un viejo tema, tal como en su momento lo fue la imagen de David Kirby, el paciente de VIH empleado en la publicidad de Benetton. No digo que Aranda haya arreglado intencionalmente la escena que fotografió, sino que su cultura visual lo llevó a concebir esta fotografía como el máximo de expresividad, como el motivo idóneo para impactar, para sensibilizar, sobre lo terrible que son estos conflictos, a un público esencialmente occidental.
Hace unos días, José Antonio Rodríguez se quejaba frente a unos alumnos de la decadencia en que ha caído el fotoperiodismo en nuestro país y de cómo se premia imágenes en eventos como este, que en la prensa regular son censuradas. Al margen de otros puntos que podríamos discutir a partir de estas observaciones, me parece que a lo que se refiere Rodríguez es precisamente al círculo vicioso que hemos aludido más arriba, a mayor insensibilidad mayor crudeza en las imágenes o de mayor de impacto en/para el espectador. Si las páginas de la prensa escrita tienen un límite en cuanto a qué deben o no presentar (recuérdese que hay un pacto en el caso de nuestro país), incluidas imágenes que no sean exclusivamente de violencia, las páginas del Internet sí que pueden recibirlas y eventualmente premiarlas (ojo, tampoco digo que se premien por violentas o descarnadas), tal y como reciben toda clase de pornografía.
Finalmente, como lo obaserva la Sontag, lo peor que nos puede pasar, y contra lo cual debemos estar siempre prevenidos, es pararnos frente a una de estas imágenes y decir “...pero qué hermosa fotografía”.
Publicado originalmente por Milenio Diario.
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
(Imagen: http://cuartoscuro.com.mx
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