Organizar un Salón como el de la Fotografía recién inaugurado este día 23, no es tarea fácil e involucra a un buen número de personas —de los organizadores a los que montan, de las secretarias a los jurados, de los museógrafos a los diseñadores, etc.—, que hacen su mejor esfuerzo para lograr el éxito deseado, éxito que se mide por dos extremos, uno el de lograr una convocatoria amplia y representativa, el otro, por el público visitante y su reacción.
Debo confesar que estoy de acuerdo con lo expuesto por Carlos Aranda, uno de los jurados de este salón, al decir que se deberían revisar las bases del salón y de ser necesario llevar a cabo las modificaciones que fuera menester pues tanto esfuerzo no puede acabar en la presentación de sólo 12 productores que dan más la impresión de ser una continuación de la exposición PFC11 presentada en noviembre pasado, que una muestra representativa de lo que en la ciudad se produce en fotografía.
Igual de interesante es otra de las declaraciones hechas por el jurando en el sentido de que muchas de las piezas presentadas les parecían producto del ambiente de violencia que priva en la ciudad pues la mayoría se llevó a cabo en interiores; es decir este momento habría brindado la opción de replegarse para investigar sobre temas relativos a la/lo íntimo o privado, como sería la propia imagen, los roles sociales, o las identidades sexuales.
Creo que en este sentido fue que se premió las imágenes de Lorena Estrada (Colectivo Estética Unisex), Unión Libre, y de Raquel Saucedo, Autorretrato. Si extendemos la apreciación, que sin duda es correcta, nos encontraremos con que esta tendencia no sólo está motivada por la inseguridad pública, sino que pertenece a un fenómeno de mayor espectro y que no se limita a nuestra ciudad. Me refiero al ascenso de la subjetividad o primacía del yo en el mundo contemporáneo como parte central en la construcción simbólica de la comunidad. Es así que esta primacía se manifiesta, por ejemplo, en las redes sociales a través de las cuales se comunican y exponen situaciones personales o actividades del individuo (lo que está comiendo o bebiendo, lo que está escuchando o viendo, el camino que recorre, su último o más reciente amor, la cruda que trae, etc.), como si se trataran de tópicos que todos, que públicamente, se estuvieran esperando, no por otra razón que por la trascendencia o valor público que pudieran tener.
Fue durante la década de los ’80 del siglo XX que inició este ascenso de la subjetividad como parte de la llamada Post-Modernidad, no sólo por su oposición al Logos, sino porque permitía la exploración de la realidad experimentada, por ejemplo, por las minorías (sexuales o raciales), por los marginados (migrantes, refugiados), o por los miembros de países periféricos incorporándose a formas de vida copiadas de los países centrales (ex colonias, economías emergentes, etc.). Sin duda las investigaciones y exposiciones que se llevaron a cabo con este fin resultaron de gran valor e interés; no obstante, el vacío dejado por el Logos que podríamos traducir por el interés social, fue llenándose por el yo hasta colmarlo y convertirse en el tema central. Hoy día sabemos más que nunca sobre estas subjetividades, su construcción y efectos, de ellas lo sabemos todo por lo que la veta podría haberse extinguido. No deja entonces de ser significativo que de los 12 productores que se presentan en este salón únicamente sean tres los que no nos invitan a mirar cómo viven su vida (Alán Gilberto Alanís, Paola Lizeth Santoy y Miguel Angel Fuentes).
En el pasado remoto, la exposición pública de una vida se hacía con fines didácticos o morales, de ahí que al género se le llamara de Vidas Ejemplares y sirvió de motivación a movimientos como el Neoclásico. De ninguna manera sugiero un regreso de esta naturaleza, pero sí me gustaría ver como novedad en una muestra el tránsito del yo al nosotros.
Publicado originalmente por Milenio Diario.
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
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