De las fotografías compuestas de Galton o Arthur Batut en el siglo XIX a las modernas imágenes digitales que son generadas por los ordenadores y que permiten realizar más fácilmente los llamados retratos robot, han corrido muchos negativos e impresiones, pero en el fondo persiguen el mismo fin. Más allá de las ideas raciales de sus iniciadores o de la esperanza de fundar objetivamente la personalidad, la idea que subsiste y ha dado lugar a la creación de estos programas informáticos mediante los cuales se puede concebir un rostro y transformarlo hasta que adquiera la fisionomía de alguna persona real, es la de lograr la plena identificación del individuo en primera instancia y enseguida el poder ejercer algún tipo de control sobre él.
Esta relación perversa de la imagen, de la fotografía, con los sistemas de poder, ha dado pie, igualmente, a que algunos productores especialmente sensibles o interesados en la acción social, empleen los mismos recursos para denunciarlos, poner en evidencia las intenciones que realmente se persiguen, o simplemente cuestionar valores como la objetividad, la identidad, el reconocimiento y la fidelidad. Nancy Burson, Krzysztof Pruszkowski, Gerhard Land o Juan Urrios, son sólo cuatro de estos productores que valiéndose de estas ideas han creado parte de su obra.
Independientemente de los resultados de estos trabajos, de hacer evidente el deseo de control social que comportan los sistemas de vigilancia e identificación por medio de la imagen y la amenaza que entrañan en contra de las libertades individuales, la verdad es que estos recursos se irán haciendo cada vez más sofisticados y generalizados, su aplicación no tendrá límite y para efectos prácticos no habrá actividad, pública o privada, que no sea registrada por medio de imágenes; por desgracia este es uno de los precios que hay que pagar por vivir en la cultura de la imagen.
Continuará.
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