Retrato. (V.Liebermann). 1999
Frenología y eugenesia, inventarios de narices, labios y orejas, retratos robot, cámaras de vigilancia para el tránsito, el banco, el hogar y el trabajo, observación satelital, y el recuento podría seguir haciendo evidente nuestra compulsión por controlar, por clasificar, por saber quién es quién y qué hace, por observar y no ser sorprendido, pero también volviendo explícita la creciente paranoia de estar siendo observado a cualquier hora y en cualquier lugar, de ser rastreado, de no poder ocultarse, de estar expuesto en todo momento. El mundo del Big Brother en donde sin remedio a todos nos observan, es igualmente, hoy en día, el mundo de las ventanas sin fin a través de las cuales nos observan y observamos, tal y como lo preveía Foucault en el panoptikon.
En este camino por el que ha transitado la imagen fotográfica y sus derivados, quizás lo más extraordinario sea el resultado de tantos afanes, es decir la magen en sí misma, aquella por la cual decimos identificar a esta o aquella persona o por medio de la que nos presentamos a los demás. Y no encuentro un mejor ejemplo de este proceso que los enormes retratos de Thomas Ruff (1958), la verdadera antítesis de la fotografía de retrato. La ausencia de cualquier sofisticación en estas fotografías, la toma directa, de frente, la vacuidad de la expresión, la imposibilidad de ubicar un tiempo y un lugar, lo innecesario de un nombre, lo irrelevante del retratado pues es intercambiable por el siguiente, todas las características que podemos mencionar de la fotografía de identificación en la que todos nos vemos reflejados, al final únicamente nos muestra, paradógicamente, una sociedad de seres idénticos, en donde la vida y la riquezas de las diferencias, por fin ha logrado ser borrada.
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