Como Galton, su contemporáneo al otro lado del Canal de la Mancha, el francés Alphonse Bertillon (1853-1914), fue fiel creyente de las estadísticas y el poder objetivo de la medición; un poco más modesto que el inglés no tuvo entre sus objetivos mejorar la especie, pero sí el poder desarrollar un sistema tal que permitiera la identficación segura de los criminales. Considerado por muchos el padre de la criminalística moderna, desarrolló no sólo la fotografía como medio de identificación, sino mejor aún, el registro de las huellas digitales, recurso, este sí infalibe y objetivo que hasta la fecha sigue operando en los sistemas policiales de todo el mundo. En cuanto a la fotografía, en lugar de empalmar negativos para crear al tipo promedio, se dio a la tareas de formar interminables inventarios de rasgos fisionómicos, nariz, mentón, ojos, orejas, frente, que permitieran no sólo la identificación de determinados rasgos de personalidad, sino la clasificación de los criminales. De las intenciones del buen doctor Bertillon al control social de toda la población no hay más que un simple paso, del registro fotográfico de la población en general -y de sus huellas dactilares- a su clasificación como individuo indeseable por tener rasgos y medidas semejantes a la de los criminales ya clasificados, no media más que una denuncia o el interés por someter a una determinada persona. El mismo Bertillon fue víctima de su sistema al condenar, injustamente, al célebre Alfred Dreyfus (1859-1935) al ser presionado para apresurar su dictamen. De entonces a la fecha el empleo de la fotografía como auxiliar en las tareas de la criminalística se ha vuelto común, pero también como medio de identificación, y más aún como un instrumento de control de los individuos, sean o no, sujetos a la acción de la justicia.
(Continuará)
Imagen tomada de: www.policiasenlared.blogspot.com
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