martes, 1 de noviembre de 2011

Una de terror


Debo agradecer a Ruth Rodríguez el invitarme a las exposiciones de fotografía que ha empezado a organizar. Me da gusto ver que van apareciendo nuevos personajes en la escena de las actividades culturales en la ciudad para asumir funciones y roles que cada día irán siendo más importantes y necesarios. A pesar de ello, aunque creo que el trabajo de Rodríguez debe ser cuidadoso y puntual, por desgracia no puedo decir nada más sobre él.
            Resulta que las muestras que ha curado se han exhibido en la galería Leopoldo Carpinteyro del Instituto México-Norteamericano de Relaciones Culturales, lo cual, en principio, me pareció más que adecuado, no porque esta salita este perfectamente adaptada para exponer obras, sino porque entre más espacios se dediquen a esta actividad más común se hará el convivir con trabajos simbólicos, lo cual siempre habrá de redundar en la formación de mejores personas y por tanto mejores ciudadanos.
            Para que se cumpla este deseo se requiere de la participación de otro elemento que complete esta ecuación, es decir, que cada exposición tenga   su público, se abra, se encuentre  disponible para los espectadores,  sin ellos de nada habrán servido  los esfuerzos, las gestiones, los  gastos hechos, pues este tipo de  trabajos no se agota la noche de  la inauguración ni en la foto de  sociales o la crónica en las  páginas de la sección cultural.
            No es esta la primera vez que menciono y critico a los espacios públicos, oficiales o privados, que se ostentan como galerías o salas de exposición y, después del protocolo social, se olvidan de su responsabilidad para con quienes están exponiendo con ellos, pero sobretodo, con el público que los busca. En Monterrey, en México al menos, la mayor parte de la población interesada en las actividades culturales estudia o trabaja, es decir tiene un horario que debe cumplir, por lo que el tiempo que dispone para visitar, digamos, exposiciones es limitado o se reduce a unas cuantas opciones.
            Pues bien, si no puedo hablar del más reciente trabajo de Ruth Rodríguez, la exposición Recuerdo|Tiempo|Olvido, de los fotógrafos Aristeo Jiménez y Rafael del Río, inaugurada el pasado miércoles 19 de octubre, se debe, precisamente, a que no estaba abierta al público, o mejor dicho, el sábado por la mañana que intenté visitarla, me topé con la desagradable sorpresa de que la sala Leopoldo Carpinteyro, esa en la que se montan las exposiciones destinadas al público en general y no sólo al que esté relacionado con la institución, se encontraba ocupada con una actividad propia del lugar. Un poco amistoso recepcionista te avisa, sin mirarte a la cara, que la clase no terminará sino hasta las 19:30 hrs. de ese día, y al volver a preguntar cuándo entonces se puede ver la exposición, molesto te contesta que hasta el lunes siguiente.
            A lo anterior súmele usted el traslado, las dos o tres vueltas que hay que dar a la plaza de la iglesia de la Purísima para encontrar un espacio donde estacionarse, para luego salir y tener que enfrentarse con la corrupción desmedida y desinhibida de los agente de tránsito que emboscados esperan a que regresen los desprevenidos choferes para literalmente asaltarlos. Tiempo, dinero y esfuerzo desperdiciados, que mejor invertidos hubieran estado si es que la galería se encontrara abierta.
            La historia anterior, que sí es de terror, no es exclusiva de estas fechas y sitio sino que ocurre en nuestra ciudad todos los días en todos lados, y no es más que una muestra de lo mucho que aún nos falta por recorrer a fin de contar con una vida cultural vigorosa, democrática, permanente. Tenemos productores que van madurando, espacios dispuestos a presentar exposiciones, audiciones, lecturas, etc., curadores independientes que tratan de hacer su mejor esfuerzo a pesar de los pesares, escuelas de arte y diseño, pero son estos detalles los que aún nos frenan e impiden se formen nuevos públicos.

Publicado originalmente en Milenio Diario

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