Una de las finalidades de la fotografía obtenida por aficionados es la de ilustrar; esto es, contar, simple y sencillamente, con una imagen que muestre visualmente, valga la redundancia, aquello que se explica por medio de palabras. De esta manera la fotografía se vuelve únicamente portadora del significado que el texto que la acompaña sea capaz de conferirle; su propia semántica, al desconocerse o no otorgarle mayor peso, cede su lugar al texto escrito, de tal suerte que la imagen por sí misma se vuelve confusa, poco clara, bizarra. Este uso de la fotografía resulta contradictorio con lo que hemos dicho respecto a su carácter probatorio u objetivo, de donde procede aquello que una imagen vale más que mil palabras, y es que la producción popular de imágenes responde más a las necesidades del momento (aunque se contradiga una después de la otra) que al uso efectivo del medio.
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