domingo, 17 de octubre de 2010

Nota sobre la entrada anterior

Quisiera extender brevemente mi comentario del día de ayer. Una de las diferencias fundamentales entre las cronofotografías de Marey y Muybridge y las del alemán Wesley, es que en las primeras tenemos acceso a lo que sucede entre uno y otro segundo, logramos ver en ellas lo que ningún ojo humano en condiciones normales haría; por su parte las de Wesley también nos dan acceso a lo que de común no logramos observar, es decir, a la acumulación de imágenes a través del tiempo, de hecho estos trabajos son el resultado de imágenes que sí percibimos y otras que escapan a su registro consciente como podría ser el movimiento de rotación y traslación del planeta. Los trabajos de Wesley son una especie de palimpsesto visual en donde sobre imágenes ya existentes se van inscribiendo nuevas, omitiendo o cancelando algo del pasado, agregando nueva información del presente. Estos trabajos que tienen algo de documentos fantasmales, de expedientes mitad verdad, mitad mentira, Sísifos condenados a repetirse eternamente, a perderse entre pasado y presente ya que sobre la superficie de la fotografía la primera y la última imagen en dejar su huella sobre el soporte sensible en el que inciden, no hay diferencia alguna, ambas y las intermedias, están fundidas, amalgamadas, son una y sola imagen. Me parece que es por esta razón que a diferencia de otras imágenes fotográficas, estás, por contradictorio que pueda parecer, no pueden funcionar como metáforas de la memoria. Nuestra memoria se construye por partes de diverso origen y temporalidad y aunque en un momento dado pudieran coincidir formando una imagen compleja y ambigua como la que presentamos en la entrada anterior, siempre es posible volver a descomponerla y restituir el origen de cada uno de sus elementos, cosa que en estos trabajos no puede suceder sin poner en riesgo su propia naturaleza. Son imágenes impresionantes sin duda, pero más parecidas a Frankestein que a nuetra memoria.

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