jueves, 14 de octubre de 2010

Registro y documento


Al hablar sobre la Identidad y la memoria a través del trabajo de Ana Casas ya hicimos mención  a cómo es que la fotografía se puede convertir en una alegoría de la memoria. La memoria, el recuerdo, ya lo decíamos, se han vuelto uno de los temas recurrentes para muchos productores contemporáneos, en parte como respuesta a la creciente occidentalización que lejos de permitir o favorecer el multiculturalismo, tiende a aplanarlo, a homogenizar las culturas sin importar qué tan diferentes sean, con ello se pierden, se diluyen las memorias colectivas, los recuerdos, la historia de los pueblos. Tomando el camino inverso a lo que muchos otros productores hacen, Areli Vargas (1976), dedica parte de su producción fotográfica a registrar todo lo que tiene a su alcance, desde su vida cotidiana y antecedentes personales, hasta la entrevista de este día, la visita a la biblioteca, el encuentro con los amigos. Con obsesión casi científica cada imagen que produce se transforma en documento perfectamente identificado que pasa a formar parte de un archivo mayor en el cual se va acumulando su historia y la historia de los que la rodean, una memoria externa podríamos decir, un disco duro externo que va alimentando conforme pasan los días. La fotografía así, no sólo reafirma su compromiso con la “realidad” sino que se convierte en elemento complementario de otras formas de registro, entre todas, las que se deben a la palabra, hablada o escrita, al sonido (grabaciones de audio), al movimiento (video y cine) o a la interacción digital (internet), crean el documento que substituye a la memoria o mejor dicho, que a su vez, es complementario, compensatorio e incluso supletorio, de la memoria de Vargas y su capacidad para almacenar y recordad información. El proyecto fotográfico se convierte en proyecto de vida y el proyecto de vida se convierte en compromiso social y con base en ellos se crea, se sostiene, se continúa, se refuerza, una cultura.

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