jueves, 21 de octubre de 2010

Sitios de encuentro

Bailarina 10. Chiapas, México, 2006

Ciudades tan complejas como las actuales y más aquellas en las que hay cruces temporales, entre premodernidad, modernidad y postmodernidad, costumbres y conductas en las que se mezclan el conservadurismo más radical y la liberalidad a toda prueba, conciencias azotadas por una moral inflexible y el laizze-faire, como son la mayor parte de las ciudades mexicanas, se convierten en acertijos, laberintos sin salida, espacios en los que se pone a prueba a sus habitantes y sus relaciones interpersonales, medioambientales y consigo mismos. De los muchos sitios que ofrecen las ciudades en los que se puede contemplar la naturaleza e intensidad de estos cruces, se encuentra el “Club nocturno”. Trabajos como el que aquí presentamos de Raúl Ortega (1963) permiten entender a este fenómeno social, el Club nocturno, como un punto de inflexión en el que se tocan y transforman lo público y lo privado, lo permitido y lo prohibido, lo deseado y lo rechazado, lo familiar y lo comunitario, mujer y hombre, pecado y redención. Y de entre la multitud de imágenes, de sombras y fantasmas que pueblan estos lugares, son las bailarinas las más etéreas, las más volátiles, las más integras, en contraposición a los parroquianos que son los más terrenales, los más transitorios y venales, los más burdos. A ellos los rodea un ambiente que también encierra todas las contradicciones posibles pues a la discreción y anonimato que se busca los golpea el lujo ramplón y barato, el exceso artificial, la estética del Kitsch. Entre ambos, las conductas que unos y otros, bailarinas y consumidores, despliegan son como una danza o una puesta en escena repetida desde el inicio de los tiempos pero jamás concluida, un ejercicio que se repite cada noche, todas las noches, con el mismo final. La luz del día disuelve lo sucedido, hace aparecer otras conductas, otras actividades, otras expectativas, el Club nocturno queda atrás, hundido entre el recuerdo, la culpa y el deseo de que fuera el espacio en el que se estacionara la eternidad y no la pesadilla de ciudad que se padece.

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