Mi abuela, mi madre, mi hermana y yo. Viena, 1991
Como se sabe y casi todo mundo acepta, la fotografía es una especie de corte, de rebanada, que se escinde del continuo espacio-tiempo que nos rodea o en el que estamos sumergidos y que llamamos “realidad”. Es decir, la fotografía es una delgada capa que separamos de la realidad, en ella queda atrapado un espacio y un tiempo a los que les ha sido robado pasado y futuro para mantener, para crear, un eterno presente, y aunque sabemos que hubo algo antes y que después continúo la acción, lo que vemos, lo que representa, lo que retiene la imagen fotográfica es un sólo momento convertido en eternidad. Esta característica es la que convierte a la fotografía en una casi exacta alegoría de la memoria, y preservar, hurgar en la memoria, sirve, entre otros propósitos para definir, afianzar, recordar, construir identidades. Proyectos como Álbum (2001) de la fotógrafa española radicada en México Ana Casas (1965), deben su importancia y valor, precisamente, a la exploración que llevan a cabo a través de estos conceptos. Hija de una madre austriaca y un padre español, desarrollada en un medio latino, para Casas regresar a la semilla materna, remontar su origen y género hasta la abuela, la madre, sus hermanas, recobrar las fotos de su infancia en la casa de la familia materna, revivir los últimos días de la abuela en un sanatorio, y preservarlo todo a través de esas delgadas capas inmóviles de tiempo y espacio que son las fotografías, semejantes a sus propios recuerdos, es asegurarse tener presente su identidad, su origen, su diferencias y semejanzas, reunirse con todas las mujeres que antes fueron como ella y que mañana la seguirán, sus propias hijas, sus sobrinas, sus nietas. Es así que se crea esta gran metáfora de la memoria que hay que sostener contra viento y marea en un mundo globalizado que tiende a la homogenización de todos, mejor dicho, de nuestra memoria individual.
(Imagen tomada de: http://fundaciopedromeyer.com)
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