Basta con saltarse la entrada anterior, para toparse con la intitulada Frida una vez más; en ella hablé de una reproducción “no autorizada” de un autorretrato (uno de los más conocidos por cierto) de Frida Kahlo. Traigo de nuevo el tema para hablar del parecido, de la reproducción y de la fotografía. Como se sabrá no soy exactamente un fanático de Frida Kahlo, para decirlo pronto me parece infinitamente más interesante como personaje que como pintora. Como tal, salvo dos o tres de sus telas, lo demás podría quemarse y creo no se perdería ni un ápice del arte mexicano del siglo XX. Precisamente por sus limitadas capacidades como pintora, la mayoría de sus autorretrato la presentan como una mujer francamente fea, en parte por esta incapacidad de la que hablo y en parte por un interés expedito por parecer más fea de lo que en “realidad” era. De hecho el autorretrato “no autorizado” le corrige la plana a la Frida pues no sólo es más festivo y alegre (a pesar de gesto de la retratada) sino que la presenta mucho más atractiva, embellecida diríamos, que en la pintura original. Luego entonces hay un elemento extraño al sistema del que procede el objeto “autorretrato” y que ha sido aportado por la reproducción del mismo, reproducción que se lleva a cabo bajo otros principios o, como lo dijimos en su oportunidad, bajo una adaptación del modelo canónico a la capacidad intelectual y práctica, de oficio, de quien reproduce el objeto. Pero resulta que ni pintura original, ni reproducción coincide con la imagen que nos ofrece la fotografía del mismo retratado en todos los casos. Curiosamente Frida Kahlo fue una mujer, como se dice, tremendamente fotogénica, prácticamente en todas sus fotografías aparece como una mujer atractiva, seductora, intrigante, sensual y si se quiere o se me apura hasta hermosa, tal y como aparece en esta fotografía de 1932 (probablemente tomada por su padre, Guillermo Kahlo). Así pues, la fotografía, los retratos fotográficos de Frida, introducen otro elemento ajeno al programa “autorretrato” ejecutado originalmente por la Kahlo. Entre las pinturas y la fotografía, me parece a mí que se diluye la idea del parecido pues lo más probable es que ni uno ni otro medio se hayan parecido al original, y sin embargo hablamos de que, mínimamente, los tres se parecen a Frida, por lo que podríamos concluir que la cuestión del parecido nada tiene que ver con el registro objetivo del individuo, objeto o situación, sino más bien, con un acuerdo a través del cual establecemos que una imagen representa otra cosa.
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