Peine del viento. 1976
Ayer decía que Richard Serra es uno de los dos o tres escultores contemporáneos verdaderamente dominantes en su campo, al grado de forzar la revisión del concepto mismo de escultura. Uno más de esos dos o tres, fue el vasco Eduardo Chillida (1924-2002), en mucho parecido a Serra (materiales, tecnología, dimensión) en mucho totalmente diferente. Si Serra se muestra interesado en la creación de espacios y con ello se inclina hacia lo arquitectónico, Chillida se mantiene más cerca de ciertas poéticas, como podría ser el Surrealismo, además de no buscar la monumentalidad a fin de crear espacios arquitectónicos, sino que se suma a la arquitectura para configurar el espacio en general, para ser uno junto a él. El proyecto que aquí se presenta, Peine del viento, fue concebido para ubicarse en un conjunto creado por el arquitecto Luis Peña Ganchegui, al final de la playa de Ondarreta en San Sebastián, en el País Vasco, España. Creo que pocas obras resultan tan bien emplazadas y que de su ubicación, forma y tamaño resulten tantas y tan profundas sugerencias y reflexiones, así podría decirse es toda la obra de este escultor.
Chillida fue ante todo un hombre profundamente enamorado de su país, de su historia y tradiciones. El metal, la manufactura, el gusto por la naturaleza, tienen las características que apreciamos precisamente por ser del país Vasco, es decir, él es un trabajador más que se sujeta a las condiciones y materiales que su entorno le proveen. No es casual entonces que al referirse a él mismo lo haga usando la imagen del árbol que tiene las raíces hundidas en el suelo, en su patria, pero sus ramas abiertas a lo universal. La obra de Chillida nos lleva a repensar en la escultura como la aportación del hombre a las formas naturales, no son una competencia, no son mejores, simplemente se suman a ellas para enriquecer el medio, el espacio, en el que el hombre se desenvuelve.
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