Me he topado con esta antigua ilustración del siglo XVIII que representa las salas del Vaticano en donde exhibía su excelente colección de escultura clásica. Ya decía en la entrega de ayer cómo es que siguiendo el ejemplo de la monarquía francesa se había extendido rápidamente el gusto por las antigüedades clásicas (antes de que hubieran las disciplinas de la arqueología o la historia del arte como tales, se llamaba "antigüedades" a todo objeto proveniente del pasado). No fue, ni será, probablemente, el único momento en la historia en voltear los ojos al pasado en busca de un modelo o ejemplo que sirva para anclar el presente; a ese momento que se selecciona se le considera o se le toma por un "clásico". En Occidente, los momentos "clásicos" han coincidido generalmente con los períodos en que Grecia y Roma alcanzaron la cúspide de su desarrollo. No obstante que el momento seleccionado puede repetirse, no sucede así con la imagen que se hace de él, por ejemplo, no son la misma Grecia y Roma en que se inspiró el Renacimiento italiano, que las que Francia se imagina en el siglo XVII o las que un siglo después se hará ya no la Francia monárquica sino la napoleónica; en cada caso la antigüedad, el acercamiento que se tiene de ella, es diferente porque son distintos los presentes que la buscan. Por estas razones hoy día se habla ya no de un Renacimiento, sino de múltiples renacimientos que ha tenido el mundo Occidental; o bien de los renacimientos que han tendio otras culturas y que también han basado su desarrollo presente un un retraer su pasado.
En este sentido es interesante ver cómo actúa la Utopía pues mientras que por una parte apunta hacia un futuro que nunca se llega a concretar, por otra señala a un pasado que siempre está en construcción. Cada época encuentra en su pasado un momento que le parece la imagen de su futuro, o mejor dicho, la meta hacia la cual debe encaminar sus pasos, de ahí el amor que le profesa a su antigüedad, a su pasado.
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