Uno de los activos más valiosos que puede tener cualquier país son sus supervivientes nativos, verdaderas reservas de una historia original que, a pesar de todos los avatares históricos por los que puedan pasar, dan sentido al presente y enraizan, como si fueran cimientos, al futuro. Desgraciadamente el elemento nativo fue combatido en el pasado, abandonado a su suerte después, condenado a desaparecer en el presente, quedar como vestigio en el futuro. Los procesos de globalización y occidentalización, materiales e ideológicos, tienden a ir reduciendo las opciones de desarrollo autónomo al que puedan aspirar estos grupos, y en su lugar los empujan a una desigual integración en la que siempre terminan ocupando la base de la pirámide social, hasta que terminan fundiéndose con el lumpen o los estratos más bajos del proletariado urbano o rural, tal y como lo podemos ver en las migraciones a las que se ven obligados por su propia supervivencia.
Por tal razón es que resulta doblemente valiosa la visita que en el pasado hicieran a nuestro país una serie de sabios europeos, pues por una parte llamaron la atención sobre el valor, necesidad de reconocimiento y atención de los grupos nativos, y, por otra, porque en su afán de estudio cargaban hasta con la pesada, incómoda e impráctica cámara fotográfica, nos legaron imágenes como la que aparece en esta entrega. Karl Lumnholtz (1851-1922) fue uno de estos sabios que visitó y amó a nuestro país y nativos de 1890 a 1910, tiempo que le bastó para recorrer nuestro noroeste y convivir con grupos como los Coras, Pimas, Tepehuanes, Tarahumaras y por supuesto los Huicholes. Esta imagen representa a un grupo de shamanes Huicholes y debe estar fechada a mediados de lo década de los 90's del siglo XIX.
Meditar sobre lo que significa este grupo, la sabiduría que cada uno de estos persobajes ha acumulado, y la seriedad con que toman su papel frente a la cámara de Lumholtz, representa lo que hemos perdido con su marginación y, lo que es peor, con su lenta extinción.
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