Sin que esta fuera realmente la intención, quizo la fortuna que inmediatamente después de presentar al Diego Rivera europeo, ahora traiga hasta estas líneas al Octavio Paz (1914-1998) internacional. Y digo que es mera casualidad porque me imagino que Paz hubiera deseado ser expuesto como el reverso de la medalla de Diego Rivera, es más muchos de sus textos dedicados al arte moderno mexicano fueron punzantes dardos en contra del maestro del cubismo. Y es probable que a Rivera tampoco le hubiera molestado ser la antípoda de Paz, pues a diferencia del premio Nobel de literatura del `90, entregado en apariencia a sólo "poetar" el muralista, bien se sabe, siempre estuvo a favor de un arte al servicio de la revolución.
El hermoso retrato de Paz que aquí ofrecemos, de Juan Rodrigo Llaguno (1964), nos deja ver a un confiando, seguro y bien plantado escritor en la plenitud de su edad y capacidades físicas e intelectuales que con gusto observa los gestos de Llaguno para poder ser retratado.
A pesar de la oposición ideológica que separó a Rivera y Paz, no cabe duda que uno y otro se entregaron generosamente a su tarea y con ello al enriquecimiento de la cultura en nuestro país. A Diego le debemos metros y metros cuadrados en que expuso una parte de la visión que su generación se quiso hacer sobre nuestra historia y cómo legarla al futuro. Paz con sus textos, reflexiones y críticas sobre la estética del arte moderno en su versión nacional, nos regaló la otra mitad de esa misma visión del pasado mexicano y sus implicaciones en el presente. Entre ambos crean una de las ramas más sólidas de la cultura mexicana de nuestros tiempos.
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