A pesar de los múltiples y muy graves problemas por los que atraviesa y ha atravezado nuestro país, es innegable que ha ido sufriendo transformaciones profundas que, para bien y para mal, lo convierten y lo acercan a otras naciones ya plenamente occidentalizadas. Uno de esos cambios que además como casi todos, es irreversible, es la trasformación de la vida cotidiana conforme las ciudades van creciendo. Pensar en las ciudades como la muestra más clara del bienestar de un pueblo ya no es un sueño moderno, sino una pesadilla contemporánea. Prácticamente incontenible y falto de cualquier tipo de programación y planeación el crecimiento de las ciudad se asemeja más a un cáncer que a los ideales de un McAdam (1756.1836), Haussmann (1809-1891) o Sant Elia (1888-1916), y si tan terrible visión resulta de lo material, es mucho peor en lo humano, en lo social. La imagen que aquí presentamos de Pablo Ortiz-Monasterio (1952), Bacha, de 1989, no deja mucho lugar para la imaginación, la gran urbe ha invadido los espacios otrora íntimos desdibujando las fronteras entre lo público y lo privado, de esta manera asistimos a las escenas más grotescas y bizarras con tan sólo caminar por la ciudad o sentarse a la espera del transporte público. Esta fata de distinción entre uno y otro mundo lleva, por igual, a apropiarse del espacio comunitario, que a socializar las entrañas del individuo, a exponerlas ante los demás. Y si esta acción a la que nos orilla la vida en la ciudad es altamente criticable entre los ricos y famosos, es lamentable entre los más necesitados de un espacio en el que pudieran desarrollarse lo mejor posible.
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