Por fortuna, para la gran mayoría de nosotros, la experiencia de una guerra, de una revolución armada, no forma parte de nuestra vida, no ha entrado en nuestra formación, definición de carácter, conducta y/o personalidad, ni siquiera es algo que pudiera desearse o verse con buenos ojos. Por ello es que no deja de sorprender la imagen de este día, este pequeño niño revolucionario, que a pesar de su edad se tomó muy en serio el posar para el fotógrafo y así representar a las fuerzas federales. Apenas si podemos imaginar lo que ha vivido este chico y sin embargo, cananas al pecho, gorra bien plantada con el barbiquejo bajo el mentón, rifle al lado, en descanso, y las ropas de cama, al otro, se apresta para salir a campaña, quizás a uno o más combates, batallas de las que es posible ya no vaya a regresar. En su mirada se adivina, lo que sus ojos han visto; se puede tratar de uno de los miles de huérfanos que fue dejando el movimiento armado a lo largo y ancho del país, niños y niñas que viéndose abandonados no tuvieron otro remedio que sumarse a las tropas de uno y otro bando, en las que atravesaron por un proceso acelerado de madurez si es que tuvieron oportunidad de vivirlo.
A pesar de ser una imagen muy conocida, no puedo dar más datos de ella, procede del Archivo Casasola, pero no he podido dar con su autor, la fecha de realización, o mayores datos que nos permitan la ubicación e identificación del pequeño soldado. Sin lugar a dudas es una fotografía hermosa, de un joven niño gallardo, digno, honesto, convertido en hombre antes de tiempo. Lo mejor de una generación que perdió una buena parte de sus miembros. En 100 años, han pasado tres o cuatro generaciones similares a la de este niño, unas han corrido con mayor fortuna, muchas siguen viviendo procesos acelerados de maduración al tener que trabajar, emigrar, defenderse aún de los propios padres. Ojalá llegue el día en que en lugar de fotografías de jóvenes soldados las tengamos de niños cumpliendo su principal papel, el ser niños.
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