martes, 2 de noviembre de 2010

En 100 años (2)

José Guadalupe Posada. Jarabe infernal.

Por lo menos en mi caso hasta ahora me doy cuenta que el aniversario de la Revolución, el mes en que se festeja, coincide con la celebración del día de muertos. Tuvieron que pasar muchos otros aniversarios hasta llegar al 100 para que pudiera hacer esta relación, lo cual no habla muy bien de mi, pero tampoco de la importancia que han tenido para quien escribe ambos eventos.
Pero no es de esto de lo que quiero hablar, sino más bien de la relación recién descubierta entre ambas fechas. Relación que no deja ser macabra, los miles de muertos durante el movimiento armado reclaman su tajada de gloria y reconocimiento, por lo que celebrar la Revolución debería ser un recordar, honrar, a esos, conocidos y anónimos, que dieron o les arrebataron, por las razones que fueran, su vida; y aunque hay un acuerdo tácito de que así es, por lo general son los nombres de los generales los que se llevan esas palmas, dejando para los particulares el llanto y el recuerdo de los demás.
Son las fotografías de las ejecuciones, de los campos de batalla repletos de cuerpos moribundos, desmembrados, de las víctimas de algún atentado o de las traiciones que estuvieron a la orden del día, las que reclaman mayoritariamente nuestra atención, como también la de la prensa nacional e internacional en los momentos en que estaba más dura la refriega. Postales de Obregón asesinado, lo mismo que Zapata o Villa compiten en popularidad con las de los mismos personajes sentados en la silla presidencial, comiendo en el Sanborns de los Azulejos, o entrando a la Ciudad de México.
Otra extraña asociación. José Guadalupe Posada (1852-1913), ilustrador popular de historietas y nota roja, se inventó un mundo poblado de esqueletos para poder hacer la crítica del régimen. De la Catrina a los bullangeros que bailan al son de la jarana, pasando por los bebedores de pulque y el Quijote, todos giran en torno de una danza macabra que recoge (¿lo sabía Posada?) lo mejor de la tradición de este género medieval y aunque en principio sirve para que no se olvide la cercanía de la muerte y lo frágil de esta existencia, a través de su obra Posada supo agregar el carácter político y social de un país que no temía ni teme a la muerte sino que le rinde culto y por tanto le presta atención, la escucha; así fue como el grabador divirtió pero también concientizó a la sociedad de su tiempo.
La cultura nacionalista fue una de las herencias de la Revolución más apreciadas dentro y fuera del país. Fruto del movimiento armado logró dar unidad, coherencia e identidad a un país que lo mismo buscaba cómo ser moderno, que convencer a propios y extraños de las bondades del o los caminos que “la revolución” iba tomando. Lo curioso o interesante o cómo se desee ver, es que esta cultura nacionalista por lo que toca a las artes visuales, se forjó si no por entero en el extranjero, sí lejos de los campos de batalla. Siqueiros huyendo rumbo a Europa, Rivera peleando mujeres y fama con Picasso en los suburbios de París, y Orozco desde la retaguardia y a salvo, lanzando hirientes críticas a diestra y siniestra; no hubo personaje público, político, empresaria, militar y mucho menos eclesiástico que escapara a la certeras, implacables y ácidas caricaturas del famoso manco de Cd. Guzmán, Jalisco.
Nos quedan los dulces de muertos, calaveritas de azúcar, pan del mismo nombre, calabaza en tacha, la tradición de los altares con sus flores de cempasúchil, las rimas que año con año se repiten machaconamente, el Don Juan Tenorio, uno que otro corrido, unos murales deslavados y un discurso oficial que cesó —al menos momentáneamente— hace 12 años, sin mencionar el aluvión publicitario que nos aturde con las ofertas “revolucionarias” del momento.
No es posible que en 100 años tan sólo nos quede esto y lo digo por no sumarme a lo que ya tantos han dicho y discutido sobre la Revolución y sus consecuencias a corto, mediano y largo plazo. Quizás nuestro problema radique en que no hemos aprendido a relacionarnos con el pasado, con la materia fallecida, ni la enterramos definitivamente, ni la escuchamos atentamente, sólo nos preocupamos por esta relación un día al año, uno cada siglo, y así es imposible que logremos evaluar correcta y lo más objetivamente posible lo sucedido en 100 años.

Publicado originalmente por Milenio Diario

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