En relación al Bicentenario y el Centenario esta es la segunda vez que aparece en este espacio Octavio Paz (1914-1998). La primera de ellas en relación a Diego Rivera y la pugna a muerte que el poeta emprendió en contra del pintor. Ahora hablamos de él como parte de esa generación que se formó en las inmediaciones del fin de la Revolución y se encontró con que había que reconstruir un país desde sus cimientos, sobre todo en materia de educación y cultura. Ya lo he mencionado en otras ocasiones, para México el fin de la Revolución significó su entrada de lleno a la Modernidad, cuando ya en otros lugares, en otros países, estaba llegando a su madurez, luego entonces inmensa debió ser la tarea que hubo que enfrentar el país a fin de no quedar más rezagado. Creo que este hecho no hay que perderlo de vista pues nos permite tener una perspectiva más respecto a la configuración de nuestro presente. En el caso de Paz y sus contemporáneos su labor consistió en incorporar la Modernidad cultural y artística a lo que se estaba produciendo en el país. Podríamos decir que al hacerlo provocaron un enfrentamiento de las dos tendencias que la Modernidad marcó para el arte del siglo XX, el arte comprometido socialmente y el arte por el arte, o mejor dicho, el arte que reflexiona sobre el arte mismo. Este encuentro entre dos posturas antagónicas fue más marcado en nuestro país debido, precisamente, a ese desfase que teníamos, tenemos, con respecto a las corrientes de pensamiento, ideológicas, internacionales. Con todo, ambas posturas enriquecieron al arte mexicano del siglo XX, y si bien el Nobel entregado a Paz en 1990 pareciera ser el premio a la postura que representó y defendió, habría que verlo más bien como el triunfo de su generación que a pesar de los pesares, logró en estos 100 años, dotar al país de excelentes ejemplos del arte moderno, uno de los cuales, quizás el más brillante, sea la obra del propio Octavio Paz.
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