miércoles, 24 de noviembre de 2010

En 100 años (22) (Continuamos)


El caso de Manuel Alvarez Bravo (1902-2002) es, sin lugar a dudas, paradigmático en más de un sentido. Según el reporte de la casa Sotheby’s  a propósito de la recién concluida edición 2010 de Photo Paris, los grandes fotógrafos que se reivindicaron entre los coleccionistas e instituciones culturales, fueron el checo Josef Sudek  (1896-1976) y el mexicano Manuel Alvarez Bravo. Al margen de las implicaciones comerciales que este hecho pueda tener, de lo que significa que internacionalmente se esté a la búsqueda de una fotografía de calidad, que se reconozca el trabajo y trayectoria de quienes en verdad han sido ejemplo para muchos otros fotógrafos, Alvarez Bravo, por lo menos en México, nunca ha perdido su lugar, importancia, valor y autoridad. La fotografía de Dn. Manel tiene esa extraña cualidad de nunca envejecer, o quizás sea que los temas que trató y cómo los fotografió los convierten en esencias atemporales de un país que siempre es el mismo, con sus hijas del danzante, en bicicleta los domingos, ganando fama y echándose a dormir, sus toritos, los agachados, o enfrentándose a las tentaciones en casa de Antonio. La que pudiera ser una imagen fechable, documental, registro crítico de un suceso en particular, el Obrero en huelga asesinado de 1934, por sus cualidades formales, deja de ser este infortunado joven para convertirse en la imagen misma de los miles de víctimas anónimas que pierden la vida al pelear por sus ideales. Como si de un Cristo depuesto se tratara, esta imagen nos recuerda porqué lo local se convierte en universal. En 100 años, casi los mismos que vivió Alvarez Bravo, su fotografía, como diría Octavio Paz, es más real que la propia realidad.

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