domingo, 7 de noviembre de 2010

En 100 años (7)

Difícilmente se puede escamotear la importancia que tuvo para el desarrollo del país un personaje como lo fue José Vasconcelos (1882-1959), nadie, creo, sería capaz de negar que, junto con muchos otros, es uno de los artífices del México por lo menos de la primera mitad del siglo XX. No obstante, su actitud siempre crítica, el haber sido la primera víctima del fraude electoral organizado desde el mismo poder, su idealismo político y filosófico, y el extraño giro que hizo hacia el fascismo al final de su vida, lo convierten en un personaje por lo menos incómodo, difícil de manejar, de ubicar, de presentar. La formación, trayectoria, proyección y promoción que tuvo en los diversos cargos públicos que llegó a ocupar, sus relaciones sentimentales e intelectuales, su obra, pensamiento y acción, todo lo dibuja como una personalidad compleja montada entre dos siglos y con la oportunidad de llevar a cabo profundas y duraderas reformas y de fundar valiosas e imprescindibles instituciones que un país como el nuestro iba a necesitar para salir de la barbarie de la lucha armada (son palabras de Vasconcelos no mías). En ese sentido es una de las figuras centrales en la consolidación del triunfo revolucionario —con todo lo que esto implicó e implica—, pero más importante aún, de la preparación del país para enfrentar no sólo los retos de la reconstrucción sino la de entrar a la Modernidad al lado del concierto de naciones que también iba saliendo de la pesadilla de la Primera Guerra Mundial.
Abogado, político, escritor, periodista, conferencista, polemista, amante indiscreto, amigo de intelectuales, artistas, políticos y militares, filósofo, maestro, militante, rector, secretario, embajador, padre de familia, viajero incansable, José Vasconcelos, es el modelo del hombre formado en la mejor tradición del siglo XIX enfrentado a los retos y cambios del siglo XX. Si supo entender las necesidades del país y logró fundarle una tradición y cultura Moderna, no entendió, en cambio, que los tiempos de la política no son los mismos que los de la cultura, que los objetivos del gobierno no son los de la academia, que el discurso de los políticos no es el del escritor. Y en esa confusión o en ese tratar de hacerlos equivalentes, se fue perdiendo, se fue hundiendo hasta llegar a la extrema derecha. No obstante, si en estos 100 años, hay huellas que persisten y nombres que se recuerdan el de Vasconcelos sin duda es uno de ellos.
(Fotografía: 1943)


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