Una imagen más proveniente del Archivo Casasola; un retrato de cuerpo entero del entonces presidente Porfirio Díaz ataviado con sus condecoraciones y demás medallas ganadas en el campo de batalla (vencedor de los franceses en el sitio de Puebla) lo mismo que su grado de general. Se dice que el ejercicio del poder desgasta y sin duda después de 30 años de ejercerlo, el ahora anciano dictador debió haber estado muy cansando y aún así no dejan de sorprender ni el garbo y dignidad con que se presenta ante el fotógrafo, ni la seguridad de saber que es él quien lleva las riendas del país, un país al que le negaba su mayoría de edad aún y cuando era capaz de reconocerla en público. Igualmente llama la atención el espacio en donde Díaz se ha hecho fotografiar, uno de los salones del castillo de Chapultepec por entonces residencia del presidente de México. La amplitud de la sala, las dimensiones de las puertas y plafones, el ajedrezado del piso que ocupa casi por completo el tercio inferior de la fotografía, más la prudente distancia que el fotógrafo guardó con respecto a su retratado, lo hacen aparecer pequeño, débil, envejecido y disfrazado de militar, como cuando los veteranos en su reunión anual retiran la naftalina de unos uniformes igual de viejos que ellos: a unos les quedarán ya grandes, otros habrán engrosado de más el abdomen y a unos pocos les volverá a lucir, así como aquí vemos al famoso Don Porfirio. Una imagen como esta hace difícil imaginar las tristes condiciones en que se encontraban millones de compatriotas en ese entonces y cómo la terquedad de un hombre, el hambre de poder de muchos otros y la incapacidad para dialogar de todos, despeñaron a un país hacia una descerebrada lucha fratricida, lo que en el fondo es toda revolución.
Imagen: www.sinafo.inah.gob.mx
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